miércoles, 11 de enero de 2012

EL FINAL DE LA ABULIA


De repente alguien entra en el casino. Las cabezas se levantan con una cierta curiosidad ,dejando el crucigrama imposible, el sudoku que nunca terminan, y dedican su maltrecho tiempo a la crítica destructiva
del nuevo en esa plaza, que ni es nueva ni tiene plaza alguna.
Siempre llega alguien a quién destrozar, en la cantina del desguace, aunque en esta habitación,llamada "Casino" sin ubicación concreta, hay para todos los gustos y para todas las críticas. Si bien, sucede que, lo declarado no es criticable, pasa del interés al aburrimiento con rapidez inusitada.
De repente el nuevo, que no es nuevo por su edad, ni es un "él" a ciencia cierta, por su excesiva belleza, sonríe.
Acaricia con la mirada lentamente a cada uno de ellos, les ve estremecerse, sabe muy bien, hasta dónde le sienten. Con estudiada lentitud, casi dentro de la sintonía de una música, se acerca al matrimonio adocenado, besa a la mujer de forma sutil, mientras su mano, roza la bragueta subiendo sin prisas hacia la hirsuta barba del hombre, que enrojece tratando de sonreír, sin conseguirlo.
Toma la bandeja del camarero. Sirve con maestría el té con pastas a las cuatro señoras emperifolladas, acercando sus labios a cada boca, sin llegar a tocarlos...dejándolas aspirar el perfume de su piel, ver el azul cobalto de sus ojos.
Sirve con maestría, el té con pastas a las cuatro
Con lentitud felina...busca la mejor mesa de mármol, alzándose sobre ella, girando sensualmente sobre sí, dejando insinuarse los jóvenes músculos de sus piernas. Salta y queda sobre el mármol blanco, como un Apolo, brillando en el marco de la belleza.
Su largo abrigo negro, su pelo dorado. Sus labios de hombre/mujer, o mujer/hombre, humedecidos por su lengua sonríen entreabiertos llamando a los otros labios. 
El tiempo ha cerrado la puerta. En lugar del tic-tac...el tiempo gime su propio placer....las agujas corren, se entrelazan,se pierden en un tango sin otro compás que el deseo.
Se contonea suave y lentamente, incita con su cuerpo a los cuerpos de aquellos indolentes, incapaces de terminar un crucigrama o hacer un sudoku. Pretendidos hurgadores de la vida, mirones del stripttease ajeno.
Con maestría inusual, uno a uno, desencaja botón tras botón deshaciendo la orgía entre el plástico y la gruesa tela.
Redoblan los deseos. Rompen monstruosos suspiros los cristales. Chillan desaforadas las ardientes sillas. Revientan las braguetas y el bello ser de luz, queda desnudo, sobre la mesa blanca. Aplaudido por los locos orgasmos, de aquellas pobres y aburridas gentes, maliciosas e insanas.


Mabel Escribano
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