Tenía ganas de llorar, pero no lo hizo.
El camarero recogió la última mesa y ella con un gesto le pidió la cuenta. Dejó que la ayudase a ponerse el abrigo y salió a la calle con un sabor amargo en la boca.
Se había habituado a que la dejasen en una espera sin esperanza, pero aquella noche, estaba segura de que él iba a presentarse.
Alzó el brazo para llamar la atención al taxi, y al tiempo vio la hora en su reloj.
Las doce, eran las doce.
Se habían conocido al bajar de un taxi, él intentaba tomarlo con la prisa de quien llega tarde a alguna parte. Le dio un empujón tirando sus cosas, entre ellas el maletín de trabajo. Salieron del bolso algunas pinturas que ella inmediatamente junto con otra bolsa, introdujo en el bolso.
Él la pidió disculpas.
Entre la confusión el taxi fue tomado por otro pasajero, hizo un gesto de impotencia. La invitó a un café y durante aquella media hora, no paró de hablar.
A ella le llamó poderosamente la atención aquel anillo de piedra azulada, demasiado femenina para la mano de un hombre y él sonriendo le explico que era de su fallecida madre .
Él hizo conjeturas sobre el trabajo de ella, y ella se limitó a sonreir.
Salió con prisas, pero regresó de inmediato para solicitarle el número de su teléfono,dijo le gustaría invitarla a cenar una de estas noches.
Ella sonrió al dárselo. Le habría gustado decirle en que consistía su trabajo, pero no se animó a hacerlo.
Él la llamó un miércoles para concertar una cita y quedaron a las diez de la noche en aquel coqueto restaurante.
A las doce de la noche aceptó que él no se presentaría, tomó un taxi y regresó a su casa.
Al llegar a su apartamento revisó el contestador con la esperanza de oír su voz, arguyendo alguna disculpa.
¡¡Un mensaje!!, seguro que era de él. No, no era suyo...el trabajo. Otra vez a horas impropias.
Se duchó sin apenas ánimos. Preparó su maletín y salió del apartamento.
Pol (su jefe) la estaba esperando en la entrada de la morgue. Le pidió que se esmerase en el trabajo, se trataba del hijo de alguien importante.
Llegó al sótano, tomó su maletín y entró en la sala, esperando no tener que maquillar un rostro excesivamente deformado.
Sobre el mármol estaba esperándola.
Levantó apenas la sábana y tuvo que entrecerrar los ojos, por el resplandor de aquel anillo azul excesimante femenino.Mabel Escribano
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(Correcciones a cargo de Silvia Martínez Coronel)
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