Sentada en el bordillo de la vida, vende sus horas de soledad, al módico precio de una cama en la pensión de la media hora y un preservativo que les impide enamorarse de sus ojos tristes y su cuerpo de gata.
Se sujeta al humo diario, hijo de la levedad de una existencia de ocho de la noche a cinco de la madrugada.
El hombre la mira con la tristeza del comprador de horas
que nunca alcanza el precio de su sonrisa sincera.
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