Era un juego eso de morirme.
Respiraba de a poquitos, aguantaba hasta que mis pulmones dejaban de jugar, poniéndose en la pared de los perdedores.
Era un juego de una contra una, de perder ganando o de ganar perdiendo.
El caso era jugar a la desesperada, a ver quién saltaba más veces, aunque yo apenas saltaba, me cansaba demasiado.
Los mayores jugaban de otra manera.
A verme morir, a decidir cuándo y de qué forma iba a suceder.
El de la bata blanca dijo que no llegaría a los siete años. Los otros corrieron y perdieron, lloraron sin decir nada.
Era un juego extraño eso de morirme . Ellos venían, me miraban en la cama, con caras serias y sonreían de manera forzada.
No era mi cumpleaños, y me traían regalos. A mi madre, le brillaban los ojos cuando me miraba.
Suspiraba mucho al peinarme las trenzas y no me reñía si me quejaba de sus estirones.
Seguía respirando a poquitos y miraba cómo las golondrínas hacían el nido en mi ventana.
Olía el pelo de mi madre cuando tomándome en brazos, me enseñaba los huevos de las golondrinas "tan chicos", cantándome una nana.
La tormenta rompió el nido. El nido rompió los huevos...."tan chicos". Mi madre miró y lloró, como nunca lo había hecho.
El tiempo se la llevó y aquel olor se quedó conmigo.
Sigo jugando a eso de morirme, aunque ya no respiro "a poquitos".
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