La miré fascinada
como quien ve la luz por vez primera
me adentré en los rayos de sus formas
suspiré cada rincón de su piel
acaricié sin manos las delicadas curvas
de sus caderas
bese sin labios las doradas circunferencias
de sus pechos y mi boca se abrió
con sed a sus pezones erectos
sin acercarme a ellos.
La amé en su belleza solitaria
en la oscuridad de sus noches
rodeada de silencios
en aquella fría sala del museo.
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