A veces,
sentimos un dolor casi intolerable,
un chirrido en la cabeza,
una sierra invisible que nos parte en dos,
y el resto parece, el constante grito,
doliéndose de la dureza de los huesos
y la pérdida de sus dientes de acero.
Duelen las carencias,
escapando de la razón o ahogándose en ella.
Como una antigua vitrina,
tras los cristales biselados,
acumulamos juegos de café que nunca usamos,
piezas raras de porcelana,
desportilladas imágenes de la memoria,
inútiles las mas de las veces.
Okupas de estancias neuronales,
que precisaríamos para otras vajillas
mucho más simples y actuales,
o para nada,
que también su lugar ocupa.
Y sigue ahí, martilleando,
haciendo del recuerdo,
inútil foso seco.
Nadie sabe en qué lugar
se olvidaron las llaves,
que encierran el ayer, sumergiéndolo
en el polvo del pasado,
que en lugar de olvidarse,
se deforma, nos miente y confunde,
es entonces, cuando vuelve el dolor,
el chirrido y la sierra reinicia su labor,
la cabeza siente que estar viva es,
reconocerlo, y sufrirlo.
Mientras, rebuscamos en los cajones,
las llaves que guardamos tan bien,
para no perderlas, y pese a la urgencia
de minimizar el sufrimiento,
ni las encuentran quienes nos ayudan a buscar,
ni nosotros recordamos,
¡¿Donde demonios las guardamos?!
un chirrido en la cabeza,
una sierra invisible que nos parte en dos,
y el resto parece, el constante grito,
doliéndose de la dureza de los huesos
y la pérdida de sus dientes de acero.
Duelen las carencias,
escapando de la razón o ahogándose en ella.
Como una antigua vitrina,
tras los cristales biselados,
acumulamos juegos de café que nunca usamos,
piezas raras de porcelana,
desportilladas imágenes de la memoria,
inútiles las mas de las veces.
Okupas de estancias neuronales,
que precisaríamos para otras vajillas
mucho más simples y actuales,
o para nada,
que también su lugar ocupa.
Y sigue ahí, martilleando,
haciendo del recuerdo,
inútil foso seco.
Nadie sabe en qué lugar
se olvidaron las llaves,
que encierran el ayer, sumergiéndolo
en el polvo del pasado,
que en lugar de olvidarse,
se deforma, nos miente y confunde,
es entonces, cuando vuelve el dolor,
el chirrido y la sierra reinicia su labor,
la cabeza siente que estar viva es,
reconocerlo, y sufrirlo.
Mientras, rebuscamos en los cajones,
las llaves que guardamos tan bien,
para no perderlas, y pese a la urgencia
de minimizar el sufrimiento,
ni las encuentran quienes nos ayudan a buscar,
ni nosotros recordamos,
¡¿Donde demonios las guardamos?!
imagen: Edmund Rudolph Teske
Precioso y oirlo aumenta más su belleza.. Me ha tocado.. cuántas veces he buscado entre las gavetas sin saber qué busco más que olvidar el dolor..
ResponderEliminarOlvidar el dolor es tan difícil, como dejar atrás la memoria. Como mucho, logramos mitigarlo. Gracias por su tiempo y su comentario. Un abrazo
ResponderEliminar