Hacía tantos años y pese a todo, siempre que se encontraban la una o la otra
bajaba los ojos como pilladas en falta.
María era alta como las espigas del campo, algo desgarbada, pero su cara era tan dulce
como la miel que criaban en casa.
Belén, era menuda...había que verla corriendo tras las vacas, apenas una cabecita con rizos negros
pero con tanto genio, que no había vaca que no la hiciese caso, más que a los perros.
María pasaba siempre por el caserío a recogerla camino de la escuela.
-¡¡Belen...vengaaaaaaaa!!
Y Belén corría como un gamo con la libreta y el lapicero en la bolsa de tela....
El padre de Belén se puso enfermo. Vendieron el caserío y se trasladaron al pueblo, cerca de la casa de María.
Una tarde María la hizo señas desde la ventana para que pasara a su casa. Belen corrió sin que su madre se diera cuenta.
-¿Que pasa?
-Mira, lo que me ha comprado mi madre
y le enseñó un sujetador menudo de color blanco...
-¿Ya necesitas sujetador?
-¡Claro que lo necesito, ya tengo trece años!
-Si y yo también, pero tienes pechos para meterlos ahí?
-¡Claro que tengo, mira! Gritó, abriéndose la camisa y mostrando unos diminutos senos
Belén se quedó mirando sus pequeñas protuberancias e instintivamente puso sus manos
sobre ellos.
Sintió un calor extraño. Una sensación única y entonces María la besó en los labios.
No sabrían decir cuanto tiempo duró aquél beso, ni cuanto estuvieron las manos de Belén acariciando sus senos., ninguna de las dos sabría decir nada, porque aquella mañana fue la última en que ellas se hablaron.
Siguieron creciendo la una al lado de la otra, sin hablarse...bajando los ojos para no recordar
aquel día en el que ambas sintieron un extraño y- según el cura - pecaminoso placer.
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