Escucho su cuerpo,
devenir en poema,
mientras mis manos son caricias,
que se deslizan por las curvas,
de sus perfectas caderas,
atrapando la magia de su piel,
suave y húmeda.
Huele a tierra,
a romero y cítrico,
a libido
a mujer,
a dama,
a deseo,
a lujuria,
huele a mi pensamiento,
enloquecido por su boca,
a la voluntad de ser dueña y esclava,
de sus movimientos.
Escucho su voz,
y una orquesta de placer,
hace de la partitura del abrazo,
una escalera al cielo de un sol radiante,
que no vemos, porque tan sólo miramos,
mientras mis manos son caricias,
que se deslizan por las curvas,
de sus perfectas caderas,
atrapando la magia de su piel,
suave y húmeda.
Huele a tierra,
a romero y cítrico,
a libido
a mujer,
a dama,
a deseo,
a lujuria,
huele a mi pensamiento,
enloquecido por su boca,
a la voluntad de ser dueña y esclava,
de sus movimientos.
Escucho su voz,
y una orquesta de placer,
hace de la partitura del abrazo,
una escalera al cielo de un sol radiante,
que no vemos, porque tan sólo miramos,
el cuerpo que se aúna a nuestro cuerpo.
imagen: carsten witte
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