jueves, 6 de febrero de 2014

EL REGRESO



Miraba el mar. La furiosa embestida de las olas contra el acantilado. La enorme similitud entre el romper blanco de la espuma contra la caliza roca y el crepitar de los troncos en el fuego del hogar. 
El fuego y el agua. Lo opue
sto.
Se dejó mojar, sintiéndose parte de aquella furiosa naturaleza.
¿En qué momento había dejado de serlo?
No sabría decirlo.
Amaba con la misma furia que el mar, con igual ternura lamia la boca amada, como el acariciaba la arena, ola a ola, lenta y cálidamente.
El amor era como ella, o ella era como el amor. Loco e impredecible…
No supo cuánto tiempo estuvo allí.
Miraba el oleaje respirando la enormidad, sintiéndose más fuerte que nunca, mas excitada, más poderosa y a la vez débil.
Una ola la empujó contra las rocas. Un dolor intenso en la cabeza, su mano llena de sangre y el mareo inesperado le dieron la primera señal.
Se quitó el abrigo e hizo caso omiso de las voces que gritaban advirtiéndola.
Sabía que vendría a buscarla con la ola más hermosa y precisa. Volvería al origen, regresaría a casa, con el único amor que nunca le reprochó nada y le devolvió la vida tantas veces.
Le vio venir. Abrió los brazos y se dejó llevar al otro lado del azul, donde las rocas no iban a lastimarla nunca más. 

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