A trozos,
retales mal zurcidos,
a caricias perdidas,
de cara a la pared del fracaso.
Juegos que dejan de serlo,
cuando el sentido da paso al sentimiento.
A trozos te deshaces,
y con toscos zurcidos te hacen saco,
donde meten todo cuanto cabe,
apretando cuando ya no hay espacio.
Por no saber ser mía, fui de todos,
de ella,
de aquella, que obviamente
no recordará ni mi cara, ni mi nombre.
Cuanto sentí, lo que me hice y me hicieron
me encaminaron frente a la puerta,
en la que hoy me ubico.
Soy lo que la gente,
mis sentimientos
y mis manos han hecho conmigo,
sin duda alguna,
mi propia responsabilidad.
Un ayer diferente, -que poco justifica-
una historia de todos, menos mía,
que escribieron en la debilidad,
de mi afán por ser amada.
Sobre mi piel, las mochilas donde
dormían sus penas, -que permití-
echaran a las mías de su lugar,
aunque no ocupaban mucho espacio.
A través de las rejas de sus asuntos,
vi morir los míos,
sin ser capaz de enterrarlos.
A trozos dejé mis sueños
por el camino de la impotencia
de una realidad que no lo era.
Hoy soy, gracias a todo
una piedra que rueda desnuda,
sin otro afán que llegar a encontrarme,
compartiendo desde dentro y fuera
los sueños ajenos, atándome con fuerza las zapatillas
para iniciar el peregrinaje
de encontrar, en primer lugar, los míos.
imagen: peter cuison
retales mal zurcidos,
a caricias perdidas,
de cara a la pared del fracaso.
Juegos que dejan de serlo,
cuando el sentido da paso al sentimiento.
A trozos te deshaces,
y con toscos zurcidos te hacen saco,
donde meten todo cuanto cabe,
apretando cuando ya no hay espacio.
Por no saber ser mía, fui de todos,
de ella,
de aquella, que obviamente
no recordará ni mi cara, ni mi nombre.
Cuanto sentí, lo que me hice y me hicieron
me encaminaron frente a la puerta,
en la que hoy me ubico.
Soy lo que la gente,
mis sentimientos
y mis manos han hecho conmigo,
sin duda alguna,
mi propia responsabilidad.
Un ayer diferente, -que poco justifica-
una historia de todos, menos mía,
que escribieron en la debilidad,
de mi afán por ser amada.
Sobre mi piel, las mochilas donde
dormían sus penas, -que permití-
echaran a las mías de su lugar,
aunque no ocupaban mucho espacio.
A través de las rejas de sus asuntos,
vi morir los míos,
sin ser capaz de enterrarlos.
A trozos dejé mis sueños
por el camino de la impotencia
de una realidad que no lo era.
Hoy soy, gracias a todo
una piedra que rueda desnuda,
sin otro afán que llegar a encontrarme,
compartiendo desde dentro y fuera
los sueños ajenos, atándome con fuerza las zapatillas
para iniciar el peregrinaje
de encontrar, en primer lugar, los míos.
imagen: peter cuison
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