Aquella mañana,
el mar había perdido el agua,
tan sólo le quedaba una lágrima de sal,
sobre la espuma de una ola, hecha imagen.
Los peces volaban como nubes
en un cielo rojo de infierno,
las sirenas se arrastraban
hacia las fuentes de los hombres
con estrellas en las manos.
Se apagó el sol, dormido sobre la cumbre del Fujisan,
la nieve fundida se agarró a la falda de la tierra,
mientras los pájaros buscaban anidar
en la sombra de la luna.
Aquella mañana, me marché
tomé el abecedario, sacándolo de paseo,
frente a la indiferencia de la gente,
que no amaba a los animales de letras
ni jamás les acariciaba,
por miedo a contagiarse de su imaginación,
cosa prohibida por el nuevo orden.
imagen: Fotograma de Orwell
el mar había perdido el agua,
tan sólo le quedaba una lágrima de sal,
sobre la espuma de una ola, hecha imagen.
Los peces volaban como nubes
en un cielo rojo de infierno,
las sirenas se arrastraban
hacia las fuentes de los hombres
con estrellas en las manos.
Se apagó el sol, dormido sobre la cumbre del Fujisan,
la nieve fundida se agarró a la falda de la tierra,
mientras los pájaros buscaban anidar
en la sombra de la luna.
Aquella mañana, me marché
tomé el abecedario, sacándolo de paseo,
frente a la indiferencia de la gente,
que no amaba a los animales de letras
ni jamás les acariciaba,
por miedo a contagiarse de su imaginación,
cosa prohibida por el nuevo orden.
imagen: Fotograma de Orwell
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