Aquello de morirse, no le había dolido nada.
Ciertamente no recordaba cómo había sido, pero que estaba muerta, era evidente. Tenía frente a si su cadáver, a sus hijos y amigos con caras largas y a dos o tres personas muy amadas, que no estaban para atender a nadie, ni tan siquiera a sus restos.
Sin sorpresas se dio cuenta de que no le habían hecho ningún caso -claro que nunca se lo hicieron- Siempre dijo que no quería flores...y toma ramos y más ramos, que no quería himnos, y no paraba de sonar algo así como el hilo musical en clásico y con ruidos metálicos de fondo.
A ella lo que le gustaba era el Jazz, o el blues...eso un blues llorado por Etta James o Bessie Smith.
En fin ni muerta podía tener lo que había pedido.
Vio con espanto ir de llorona a Josephine, que de no haber muerto (seguía sin recordar cómo) habría sido capaz de envenenarla con uno de sus lamentables escritos.
Realmente eran letales, regalar un libro de Josephine era jugar a envenenar rápidamente con las intragables historias.
Tenía éxito la mala pécora, aunque siempre escribía el mismo tema, con diferentes situaciones geográficas. La gente compraba sus libros y ella alardeaba de ello con una soberana, lógica e inaguantable prepotencia, si bien, seguía envidiando a quienes con menos ventas, eran tratados como mejores escritores.
Siempre la misma historia:
Chica buena se enamora de hombre muy hombre (cosa normal, no va a ser un hombre muy mujer, salvo que fuese gay) pero no, ella siempre tan hetero, decía que chica buena...y entonces sale la chica mala malísima, pero libidinosa, descarada y además, un bellezón imposible de describir.
Cambiando de Chicago a Honolulú o poniendo el triángulo en el siglo XVIII, reescribía la misma historia o hacía copia y pega en el ordenador.
Vio entrar cariacontecido a su editor.
Secándose el sudor -siempre sudaba cuando perdía dinero-
No le extrañó verle con cara de pena. Había dejado sin terminar, dos novelas y a cuenta de las mismas, cuatro mil euros, que se había gastado en un viaje, aunque no recordaba a dónde, si bien, tenía claro que no iba sola.
Ahora sí que le picó la curiosidad. Si no iba sola, ¿quién iba con ella? y donde estaba su acompañante?
Recorrió todo el tanatorio buscando un cadáver conocido. No, con un señor seguro que no. A ella le iban las mujeres. Pero todas las difuntas eran demasiado ancianas, más o menos como ella, y ella no se habría ido de viaje con una vieja achacosa.
Vio a su amiga Lupe, la más cotilla del mundo.
Sabía lo que todavía no había sucedido, pero si ella lo decía y no había pasado...pasaba.
Se acercó a preguntarla, intentó tocarla, pero que va, ella estaba en una etapa incorpórea, llena de preguntas y ahora sí, muy molesta por no poderlas hacer, con certeza Lupe, sabría decirle, quien demonios la acompañó a dilapidar los cuatro mil euros.
Y fue entonces, cuando todos se movilizaron para llevar su cuerpo al crematorio cuando la vio.
Aferrada a Pablo, casi atornillada a él , mirándolo como la chica buena y boba de las novelas de Josephine.
¡La muy cabrona que me dejó plantada en el avión! grito sin que nadie la oyese.
Ahora recordó la dureza del sillón, el cinturón de seguridad...
Y aquellos golpes en la cara, la voz gritando.
-Cristina, por favor, tranquilícese...ha sido la anestesia, debe de ser usted alérgica.
nos ha dado un susto de muerte.
-Anestesia? - Ahora no entendía nada-
-¿Dónde estoy?
-En el dentista, le estábamos introduciendo la pieza del molar y se ha puesto usted a decir cosas muy extrañas. Incluso la hemos tenido que atar al sillón, no fuese a lastimarse.
Al cabo de una hora, salió a la calle, con la cara entumecida, sin notar la boca.
Morirse había sido indoloro, y algo divertido.
Lo del dentista era otra cosa, y por si acaso, cuando se le pasara el efecto de acartonamiento, pensaba hablar seriamente con Pablo, ella no estaba para escenitas tipo Josephine.
imagen: Google
Ciertamente no recordaba cómo había sido, pero que estaba muerta, era evidente. Tenía frente a si su cadáver, a sus hijos y amigos con caras largas y a dos o tres personas muy amadas, que no estaban para atender a nadie, ni tan siquiera a sus restos.
Sin sorpresas se dio cuenta de que no le habían hecho ningún caso -claro que nunca se lo hicieron- Siempre dijo que no quería flores...y toma ramos y más ramos, que no quería himnos, y no paraba de sonar algo así como el hilo musical en clásico y con ruidos metálicos de fondo.
A ella lo que le gustaba era el Jazz, o el blues...eso un blues llorado por Etta James o Bessie Smith.
En fin ni muerta podía tener lo que había pedido.
Vio con espanto ir de llorona a Josephine, que de no haber muerto (seguía sin recordar cómo) habría sido capaz de envenenarla con uno de sus lamentables escritos.
Realmente eran letales, regalar un libro de Josephine era jugar a envenenar rápidamente con las intragables historias.
Tenía éxito la mala pécora, aunque siempre escribía el mismo tema, con diferentes situaciones geográficas. La gente compraba sus libros y ella alardeaba de ello con una soberana, lógica e inaguantable prepotencia, si bien, seguía envidiando a quienes con menos ventas, eran tratados como mejores escritores.
Siempre la misma historia:
Chica buena se enamora de hombre muy hombre (cosa normal, no va a ser un hombre muy mujer, salvo que fuese gay) pero no, ella siempre tan hetero, decía que chica buena...y entonces sale la chica mala malísima, pero libidinosa, descarada y además, un bellezón imposible de describir.
Cambiando de Chicago a Honolulú o poniendo el triángulo en el siglo XVIII, reescribía la misma historia o hacía copia y pega en el ordenador.
Vio entrar cariacontecido a su editor.
Secándose el sudor -siempre sudaba cuando perdía dinero-
No le extrañó verle con cara de pena. Había dejado sin terminar, dos novelas y a cuenta de las mismas, cuatro mil euros, que se había gastado en un viaje, aunque no recordaba a dónde, si bien, tenía claro que no iba sola.
Ahora sí que le picó la curiosidad. Si no iba sola, ¿quién iba con ella? y donde estaba su acompañante?
Recorrió todo el tanatorio buscando un cadáver conocido. No, con un señor seguro que no. A ella le iban las mujeres. Pero todas las difuntas eran demasiado ancianas, más o menos como ella, y ella no se habría ido de viaje con una vieja achacosa.
Vio a su amiga Lupe, la más cotilla del mundo.
Sabía lo que todavía no había sucedido, pero si ella lo decía y no había pasado...pasaba.
Se acercó a preguntarla, intentó tocarla, pero que va, ella estaba en una etapa incorpórea, llena de preguntas y ahora sí, muy molesta por no poderlas hacer, con certeza Lupe, sabría decirle, quien demonios la acompañó a dilapidar los cuatro mil euros.
Y fue entonces, cuando todos se movilizaron para llevar su cuerpo al crematorio cuando la vio.
Aferrada a Pablo, casi atornillada a él , mirándolo como la chica buena y boba de las novelas de Josephine.
¡La muy cabrona que me dejó plantada en el avión! grito sin que nadie la oyese.
Ahora recordó la dureza del sillón, el cinturón de seguridad...
Y aquellos golpes en la cara, la voz gritando.
-Cristina, por favor, tranquilícese...ha sido la anestesia, debe de ser usted alérgica.
nos ha dado un susto de muerte.
-Anestesia? - Ahora no entendía nada-
-¿Dónde estoy?
-En el dentista, le estábamos introduciendo la pieza del molar y se ha puesto usted a decir cosas muy extrañas. Incluso la hemos tenido que atar al sillón, no fuese a lastimarse.
Al cabo de una hora, salió a la calle, con la cara entumecida, sin notar la boca.
Morirse había sido indoloro, y algo divertido.
Lo del dentista era otra cosa, y por si acaso, cuando se le pasara el efecto de acartonamiento, pensaba hablar seriamente con Pablo, ella no estaba para escenitas tipo Josephine.
imagen: Google
Ha sido un verdadero placer entrar aquí y comenzar a leer. No sabes cuánto me alegro.
ResponderEliminarMuchas gracias Mabel.