que se asombra de sí mismo.
Como si la noche hubiese dejado,
y rayos de luna sobre el blanco desconchado,
de las paredes encaladas.
Junto al hogar queda la sombra, un recuerdo,
un puchero duerme tumbado,
sobre las cenizas ayer brasas de leña,
y un cierto olor a berza y cariño se intuye,
pese al paso del tiempo.
El matorral ha entrado por las ventanas rotas,
haciendo pespunte en los marcos,
apenas existentes, de los herrumbrosos goznes.
Una pequeña araña ha tejido el tiempo,
con sus ocho patas y una rata de campo,
ha excavado su agujero junto a la chimenea.
Ennegrecida, una trébede mira hacia el cielo,
por donde el humo ya no viaja.
Queda el somier de hierro,
una silla con dos patas quebradas,
y la mesilla con la vela,
casi hecho monte de lágrimas blancas.
Se vende un pueblo con cuatro casas,
un pozo y el campanario de una iglesia,
que para no molestar,
se deshizo de su campana,
y pese a ello le abandonaron.
Se venden historias de gentes sencillas
que, por no hacer,
no hicieron otra cosa que ser buena gente.
Hombres y mujeres de la tierra,
campesinos que dieron y dan
por ella la vida.
Se vende un pueblo roto y aun así, sano.
mabel escribano
d.r.
imagen: google
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