era mi cuerpo un desierto
de arenas secas y hambrientas.
Me regalaste un oasis de palmeras
tu cuerpo entero.
Sumergí en tus aguas, el mío seco.
Duró lo que duró,
ni un segundo más, ni menos.
Seguiste tu camino,
aprendí a dejarte ir, sin un lamento.
He vivido y sigo sin ti, amando mi soledad
aunque hoy mi memoria, ha saciado su sed
bebiendo de tu recuerdo.
mabel escribano
d.r.
imagen: google
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